Me alejé de casa con mi herencia,
pisoteando el nombre de mi padre.
Mis manos sucias, mi alma vacía,
con el pan de los cerdos alimenté mis días.
La ley decía: “Ese hijo debe morir”,
pero una voz en mi interior me hizo seguir…
📖 “Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba.” (Lucas 15:16)
Temblando en el polvo, regresé sin honor,
pensando en mendigar algo de perdón.
Pero vi a lo lejos al anciano correr…
no con juicio, sino con amor fiel.
No escuchó mis excusas, ni miró mi miseria…
sólo dijo: “¡Mi hijo ha vuelto a la casa entera!”
📖 “Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.” (Lucas 15:20)
¡El Padre corrió!
Desnudó su dignidad para cubrir mi desnudez.
¡El Padre gritó!
"Traed el anillo, el vestido y el becerro también".
La Ley pedía piedras…
pero Su gracia es mayor.
¡Mi culpa fue lavada por su amor!
📖 “Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta.” (Lucas 15:22-23)
Como Jeremías, Él me restauró,
como Oseas, me rescató del dolor.
Me cubrió de honra siendo yo traidor,
puso en mi dedo su sello de amor.
No me llamó siervo, sino hijo otra vez…
¡el perdido fue hallado por su gracia y su fe!
📖 “Restáurate, oh Israel, hasta Jehová tu Dios; porque por tu pecado has caído.” (Oseas 14:1)
📖 “Porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.” (Lucas 15:24)
Lucas quince lo dice con claridad:
el cielo hace fiesta por quien vuelve en verdad.
Y aunque merecía juicio en la ciudad,
me abrazó con ternura y piedad.
Ezequiel habló de un corazón de carne…
y Él lo plantó en mí con sangre.
📖 “Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento.” (Lucas 15:7)
📖 “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.” (Ezequiel 36:26)
¡El Padre corrió!
Y no por deber, sino por amor.
¡El Padre cantó!
Y el cielo entero se estremeció.
Yo era barro, era sombra, era rebelión…
pero Su gracia me vistió de perdón.
📖 “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Romanos 5:8)
No soy digno, pero soy amado,
por el Padre que nunca me ha dejado.
El pródigo regresó… y el Padre corrió.
📖 “No soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y el padre dijo… porque este mi hijo muerto era, y ha revivido.” (Lucas 15:19,24)
Hay historias que no se olvidan…
Historias que atraviesan el tiempo y siguen hablando al corazón.
El hijo pródigo no es solo un relato antiguo… es el eco de nuestra propia vida.
Todos, alguna vez, hemos tomado el camino equivocado.
Todos hemos probado el pan amargo de la soledad y del vacío.
Y todos hemos escuchado esa voz suave que susurra:
“Vuelve a casa, hay un Padre que te espera.”
Este canto no habla de condena, sino de un Padre que corre hacia nosotros.
Un Padre que, en vez de señalarnos, nos abraza.
Que, en vez de piedras, nos da un anillo, un vestido y una fiesta.
Un Padre que cubre nuestra vergüenza con amor y nos llama hijos otra vez.
Cierra tus ojos y déjate envolver por esta verdad eterna:
No importa cuán lejos hayas corrido,
ni cuán rota esté tu alma…
El Padre aún corre hacia ti.
Y cuando Él corre, todo el cielo celebra.